Para nadie es un secreto que el electorado colombiano se expresó el domingo 29 de mayo por un cambio, por un rechazo frontal a todo lo que significa el gobierno Duque y su mentor, Álvaro Uribe. La gente llegó a un grado de tal desespero, que no quiere saber nada que tenga que ver con quienes han gobernado en las últimas décadas. En otras palabras, los colombianos ataron las causas del estallido social, expresado durante los dos últimos años, con la única oportunidad de manifestarse: su voto.
La pregunta es, ¿cuál de los dos finalistas por quienes la ciudadanía votó, representa el cambio real? Se puede responder este interrogante a partir del apoyo que a favor de Rodolfo Hernández se apresuró a cantar alias Fico, representante de todas las maquinarias y los clanes políticos proclives al gobierno Duque. Pero también se puede despejar la cuestión, por el tratamiento que quienes pasaron a segunda vuelta piensan darle a la política internacional, a la mujer, a la contratación estatal y a los grandes escándalos de corrupción. Limito el tema de esta nota a los intereses que han defendido y defienden Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.
Los seres humanos se mueven en medio de dos grandes valores: un interés egoísta, mezquino, particular, personal e individual, y un interés altruista, noble, general o público. Entre esos dos polos se han movido los hombres y las mujeres como un péndulo en el reloj de la historia universal. Con esa concepción han manejado y manejan el Estado, utilizando sus palancas, desde las más poderosas, porque alcanzaron la máxima jerarquía, como faraones, reyes, presidentes, legisladores, magistrados, generales, hasta los más simples instrumentos de poder. He ahí, los grandes procesos de corrupción, los grandes crímenes de Estado, las grandes bufonadas, las grandes conflagraciones de la humanidad.
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Gustavo Petro, desde el comienzo de su vida pública se inclinó por el interés general, por aquel que va a beneficiar a todos. Así lo demostró como concejal y personero de Zipaquirá: defendió a los trabajadores y a los destechados en ese municipio, construyendo el barrio Bolívar 83. Como congresista arriesgó su vida en defensa de ese interés general, denunciando las alianzas criminales entre los políticos y las mafias del narcotráfico y del paramilitarismo, así como el carrusel de la contratación. Luego, como alcalde de Bogotá libró una lucha tenaz por el interés general de los más necesitados en la recolección de las basuras, en la salud, en la educación y el agua potable.
En el otro extremo está Rodolfo Hernández, un hombre de negocios, que durante toda su vida se ha consagrado a hacer dinero. Toda su inteligencia y su capacidad de trabajo no la ha dedicado a servirle a la gente como simula que lo hace, sino a todo lo contrario: a servirse de los pobres, a explotarlos, no solo para satisfacer sus gustos normales y aun los suntuarios, sino para alcanzar y consolidar grandes capitales, sin ningún límite, porque así es su ambición de riqueza y de poder: pasional e insaciable.
Como si esa actitud no fuera repudiable para un hombre que aspira a ser presidente de la República, el ingeniero Rodolfo Hernández lo confiesa con fruición, con pasión íntima. Escuchemos sus palabras: «Yo cojo las hipotecas que son la vaca de leche. Imagine quince años un hombrecito pagándome intereses. ¡Eso es una delicia!».
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En solo este punto, el de los intereses que cada uno defiende, Petro representa el cambio real, en el marco de la institucionalidad, mientras que Hernández es un simple distractor, no solo para que nada cambie, sino para retroceder a un régimen feudal. En ese espejismo perverso no deben caer las mujeres, los jóvenes y las clases populares.
«Colombia quiere un cambio, no lo frustremos», fue el título que le puso El Espectador a su editorial del lunes 30 de mayo, en el que caracterizó bien al populista Rodolfo Hernández: «Su campaña se construyó sobre un discurso simplista, agresivo y de “ellos”, los “malos”, contra “nosotros”, los “buenos”. Por eso se ha ganado sus merecidas comparaciones con la estrategia política de Donald Trump y Jair Bolsonaro».