De 2002 a esta época, Álvaro Uribe ha empequeñecido la sociedad, el pensamiento, el lenguaje y el alma de los colombianos. Hoy la ruindad es tal, que barruntar una idea cuesta trabajo, porque tan pronto se intenta, un mar de lodo, bazofia, heces y boñiga nos ahoga. A pesar de esa porquería que nos asfixia, quiero asumir el reto.
Cuando un gobernante adopta actitudes arrogantes, se enfurece, vocifera y amenaza, sus abyectos y áulicos suelen decir: «¡Qué grande estadista el que tenemos!». Su ceguera les hace perder el sentido y la exactitud de las palabras. El concepto de estadista solo debe reservarse para el político que de manera sincera tiene como mira el interés de toda la sociedad, no su soberbia y terquedad. Es decir, a los gobernantes y a los políticos en general, se les debe clasificar en dos grupos: pragmáticos y estadistas.
El político pragmático es vanidoso, obstinado y brutal. Vacío de nobleza y hambriento de riqueza y de poder. No tiene otro sentido su vida. Para él, saber y tener es poder. Para el pragmático, las personas no valen por sus saberes, virtudes y necesidades, sino por la utilidad que le pueda reportar en sus planes inmediatos. Los políticos pragmáticos se guían por Maquiavelo, quien enseña que es indispensable disfrazar bien las cosas, ser maestro del engaño, porque los hombres son tan cándidos y tan sumisos a las necesidades de cada momento, que siempre estarán dispuestos a dejarse engañar.
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Los políticos y gobernantes pragmáticos utilizan en sus actuaciones el orgullo y la soberbia, la adulación y la hipocresía, las intrigas y las maquinaciones, las amenazas y los halagos personales, los símbolos y los credos religiosos. En Colombia el prototipo del político pragmático es Álvaro Uribe. En política lo vemos aliándose con los paramilitares y las mafias del narcotráfico; en la guerra, recurriendo a los falsos positivos —6.402 jóvenes asesinados—; en los negocios, apoderándose de terrenos baldíos; en la justicia, comprando testigos e incurriendo en fraude procesal.
En esta campaña de 2022, Uribe siguió un hilo conductor de pragmatismo puro. Entre la senadora Cabal y Zuluaga, prefirió a este último, pero cuando se dio cuenta de que no calaba entre sus huestes, le pidió que se retirara y apoyara en la consulta a Federico Gutiérrez. Y, como Gutiérrez no fue capaz de seducir al electorado, le ordenó a todos sus alfiles irse con Hernández. Por eso, perdió alias Fico. El país entero lo sabe.
Hernández es la última y la peor versión del pragmatismo de Uribe. Pero entre los dos hay una gran diferencia: Uribe es un pragmático informado, con muchas cifras en su cabeza, que en ocasiones recita poesía; Hernández, es un pragmático ignorante, ramplón y con un lenguaje procaz, de palabras que asquean.
Solo tres ejemplos del pragmatismo de Hernández. Mientras su empleada Ruby Morales le hacía caer en la cuenta de que lo que él le ordenaba era un delito, más alaridos daba y la amenazaba con botarla. Agredió físicamente al concejal John Claro y lo amenazó que le pegaría un tiro si lo «seguía jodiendo». Se burla con goce íntimo de sus propias víctimas: «Un hombrecito pagándome intereses durante quince años. ¡Eso es una delicia!».
Sin embargo, en la vida de los pueblos y en el quehacer político, aparece de siglo en siglo un estadista, capaz de educar con el ejemplo, ejercer influencia y fascinación sobre las demás personas, y de tener la mirada puesta de manera transparente en el interés general.
El estadista no es un ser ideal e inexistente, sino una persona real de carne y hueso. Es el caso de Petro. Toda una vida, desde su adolescencia y juventud dedicado a estudiar, a investigar, a conocer el país y el mundo y a prepararse para conducir el Estado. Los jóvenes, aprendices de políticos, tienen en el candidato del Pacto Histórico un ejemplo a seguir: una inteligencia de alto vuelo, un hombre de principios éticos, de disciplina y rigor académicos.
Por eso, Petro no llegará a la presidencia de Colombia, porque se ganó ese empleo en una rifa, en un conciliábulo de élites corruptas o en una coyuntura lúgubre, en la que mediocridad, la grosería y la miseria intelectual son la enseña a seguir. Asumirá el poder porque es el mejor, no de la hora, sino del presente siglo.