El esfuerzo teórico más grande sobre la organización del Estado lo ha hecho Platón, quien en el libro II de la República dice: “Vamos, pues, forjemos en teoría el Estado desde el comienzo; aunque según parece, lo forjarán nuestras necesidades”. Y a continuación, el pensador ateniense menciona las diversas necesidades de la época: alimentos, vestuario, calzado, pastoreo del ganado, importación y exportación de mercancías, etcétera.
Por los tiempos de Platón el desarrollo de la sociedad era supremamente avanzado y de ese calado eran las necesidades. Sin embargo, aparte del alimento y del abrigo, durante miles de años antes de Platón, el hombre había tenido otras necesidades primarias, como comunicarse entre sí, acompañarse en la caza y la recolección de frutos y defenderse de los animales salvajes. Andando juntos los hombres, resolviendo las urgencias de cada momento, mediante un proceso antropológico de división del trabajo y la selección cultural, surgió el Estado.
Hoy, el menú de las necesidades del hombre es de tal magnitud, que para satisfacerlo, la división del trabajo ha contabilizado más de 20.000 oficios. Ese cúmulo de menesteres va desde proteger la vida, la dignidad y la libertad del hombre, hasta los más suntuarios e inocuos. El argumento de la necesidad formulado por Platón, se ha repetido a través de los siglos por todos los pensadores. Ahora se acepta sin discusión alguna que aquella es la finalidad del Estado. Entonces surgen dos preguntas: Si no es para satisfacer las necesidades del hombre, ¿para qué sirve el Estado? ¿Hoy el Estado le resuelve las más apremiantes carencias a la humanidad?
Como el balance del papel realizado por el Estado en las últimas décadas es demasiado pobre, muchos analistas y estudiosos piden refundarlo. Para otros más radicarles, como el pensador neoyorquino Murray Rothbard, el Estado es un robo, y en consecuencia debe ser privatizado, incluyendo la justicia, la defensa, la seguridad, las calles y las plazas, porque si así fuese, habría que pagar por su servicio y, en este caso, dichos servicios serían seguros y tendrían buen mantenimiento.
Tanto en Colombia como en el universo, el Estado no ha sido capaz de satisfacerles las necesidades básicas a las personas. Al contrario, a medida que la sociedad evoluciona, a medida que los Estados crecen y se burocratizan más, los problemas aumentan. Y se pueden identificar por lo menos unos doce pecados capitales que lo deslegitiman.
La pobreza, el hambre y las enfermedades matan sin piedad a los seres humanos, las grandes ciudades se convierten en verdaderos monstruos que devoran la seguridad y la dignidad del hombre, la burocracia se vuelve cada vez más arrogante, la guerra destruye recursos humanos y materiales, las grandes corporaciones industriales contaminan masivamente el ambiente, se violan permanentemente los derechos humanos, la corrupción agrieta las estructuras de todos los regímenes políticos, el abuso de publicidad nos vende toda suerte de basura y la soberanía corre por cuenta de las transnacionales.
Los anteriores pecados capitales le hacen perder legitimidad al Estado actual y a todas sus autoridades. Pero como hasta el momento no ha aparecido otro ente social que reemplace al Estado, entre privatizarlo y relegitimarlo, la solución está en la última tesis. En Colombia, esa es la tarea que tienen ante sí los legisladores y el presidente que sean elegidos el 11 de marzo y el 17 de junio de este año, respectivamente. De ahí, que haya que elegir bien.