¿Cómo puede el Estado ocuparse de lo público, si quienes se ocupan del Estado van tras él, sólo movidos por sus intereses personales?
Según la concepción que tengan del Estado, en relación con el hombre y con la sociedad, los servidores públicos se mueven en medio de dos grandes valores: un interés egoísta, mezquino, particular, personal e individual, y un interés altruista, noble, general o público.
Si los ideales, fines y propósitos del Estado se conciben para que sirvan el interés particular, todos los bienes, servicios, acciones e instrumentos con que opera el Estado los quiere el servidor público para sí, para su grupo familiar o para el sector económico o social que representa. Y desea todos esos bienes, no sólo para satisfacer sus necesidades básicas, y aun las suntuarias, sino para alcanzar y concentrar todo, sin ningún límite. Así es la ambición de riqueza y de gloria: pasional e insaciable.
Por el contrario, si los ideales, fines y propósitos del Estado se conciben para servir el interés general, los bienes y servicios, serán sólo utilizados para llevar el bienestar de todos los sectores de la sociedad y de todos los individuos de la nación. Es la contrapartida del interés particular. Es la otra cara de la moneda y surgió como preocupación, para tratar de equilibrar en lo posible, la fuerza demoledora del interés particular. Este punto de vista se halla más acentuado en algunos hombres, y de no ser por la lucha librada por éstos, desde diferentes flancos, para defender el interés general, no se habrían podido construir las grandes civilizaciones de la humanidad. De esta manera, el interés general o público obra siempre como catalizador, como bálsamo, como freno, como atenuante del interés particular.
Entre esos dos polos, interés particular e interés público, se han movido los hombres y mujeres como un péndulo en el reloj de la historia universal. Y con esa concepción han manejado y manejan el Estado. Y han utilizado sus palancas, desde las más poderosas, porque alcanzaron la máxima jerarquía, como faraones, reyes, presidentes, legisladores, magistrados, generales, hasta los más simples instrumentos de poder, porque tan sólo han logrado ejercer los oficios menores en la función pública. Y los grandes procesos de corrupción, los grandes crímenes de Estado, las grandes bufonadas, las grandes conflagraciones de la humanidad. En suma, las grandes y permanentes crisis del Estado, obedecen a la mixtura de intereses con que los gobernantes han dirigido el Estado, y los súbditos lo hemos admitido.
La crisis del Estado se acentúa, la corrupción es más propicia, la defraudación de la sociedad es más frecuente, si se admite la mixtura entre estas dos clases intereses. Si quien maneja su interés privado (personal, societario o monopólico), puede saltar fácilmente a manejar el Estado y viceversa, porque existe una puerta giratoria entre la empresa particular y el Estado. Ésta, que es una dolencia universal, ha constituido una verdadera calamidad para Colombia, por la atomización de los partidos políticos y la incidencia de estas microempresas personales en la escogencia de los más altos dignatarios del Estado.
Lograr la delimitación de intereses no es tarea fácil, pero tres reglas objetivas pueden ayudar mucho. En primer lugar, un plan educativo mínimo para formar un nuevo hombre de Estado; en segundo lugar, unos sistemas rígidos de inhabilidades e incompatibilidades, y en tercer lugar, consolidación de partidos políticos que por la amplitud de su base social, representen el interés general de todos los colombianos.