No es que me haya vuelto estratega de nada. Estadista y estratega es Petro. Yo, tan solo un voto, de los 11 millones 281.013 que obtuvo en la segunda vuelta. Sin embargo, esa mera individualidad no me impide decir con certeza que, lo ocurrido el domingo 19 de junio de 2022 fue la materialización de un acumulado histórico y una larga espera de casi nueve décadas.

De los ochenta y seis años  que han transcurrido desde 1936, he  estado presente y  activo durante cincuenta. Con toda exactitud, como testigo desde el 19 de abril de 1970 y como protagonista  a partir de mayo de 1972, con tres herramientas: la calle-plaza, la cátedra y la pluma. La primera me llevó al concejo de Zipaquirá, Ubaté, Cota, Subachoque y Carupa, a la asamblea de Cundinamarca y a las candidaturas de la gobernación de mi departamento y del Senado de la República. La segunda, me ha dejado miles de exalumnos en los más diversos escenarios en todo el país. La tercera, una treintena de libros y cientos de artículos en revistas indexadas y de divulgación.

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En el devenir de esas cinco décadas, en 1976 escribí mi primer libro de ciencia política, con el título de Carta sin sobre a liberales de izquierda. En ese escrito en formato de misiva, luego de un amplio diagnóstico de distintos temas, solicité a los liberales progresistas, «romper privada y públicamente con el régimen feudal y estrechar las relaciones con los diferentes matices del marxismo para crear un gran movimiento, que condujera a la modernización de la sociedad y a la formación de un Estado socialista».

Después de participar activamente en el Paro Cívico del 14 de septiembre de 1977 y de ser, al lado de Teófilo Forero, miembro del comité central de Bogotá en esa jornada, en 1985 publiqué mi segundo libro, Liberalismo hoy. Opción de cambio o agónica supervivencia, con el mismo enfoque de Carta, pero con un estudio más extenso de las dos corrientes que se han movido dentro de las masas de ese partido.

Al finalizar el siglo XX, cuando Petro comenzó a hacer los debates contra el paramilitarismo y la corrupción, dije y escribí que sería presidente de la República, si no lo mataban física o moralmente. Al despuntar el siglo XXI, ese acumulado histórico comenzó a rendir sus frutos y vinieron tres alcaldías alternativas en Bogotá y las candidaturas presidenciales exitosas —aunque no triunfantes— de Lucho Garzón, Carlos Gaviria, Gustavo Petro y Clara López.

Fue también el florecer de la izquierda en Latinoamérica. Inspirado en esa primavera, para celebrar los cuarenta años de aquel primer libro, escribí en 2016 la segunda edición, bajo el título de Carta sin sobre a los inconformes de Colombia. En esa segunda versión, en medio de una baraja muy amplia de presidenciables para estos años, Petro estaba en el lugar más destacado.

Entre los debates presidenciales de 2018 y 2022, el trabajo teórico-práctico fue febril. No solo de Petro, sino de todos los que veíamos que la izquierda arañaba el poder. Éramos conscientes del conservadurismo ultramontano de parte de la sociedad colombiana, pero nos animaban muchos factores positivos: el progresismo de los dos continentes, sentíamos vivo el acumulado histórico de la Revolución en marcha que, si bien no fue una revolución, el eslogan tenía mucha fuerza. Nos asistía  la certeza de que en el estallido social de 2020-2021 estaban los nietos y los bisnietos de la generación del 36. Pero, por sobre todo y pese a la terquedad de una facción de la izquierda, teníamos el mejor candidato.

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Para vivir el sueño de medio siglo, estuve en la Plaza de Bolívar el 7 de agosto de 2022, desde las once de la mañana hasta las dos y media de la tarde. El resto de ese carnaval llamado Petro lo disfruté por televisión y he seguido paso a paso el primer mes de su cuatrienio. Hasta hoy, me gusta lo que dice y lo que hace, excepto que llegue tarde a las citas o que no llegue. De cada concepto que expresa y de cada decisión que toma quisiera escribir una nota, pero es imposible, porque Petro es un huracán que avanza a doscientos kilómetros por hora, y, aunque mi cabeza procese las ideas, mis manos no logran ni a un párrafo por día.

Pese a la lentitud de mi trabajo, con deleite indescriptible lo he acompañado barruntando palabras en este primer mes. Quisiera seguirlo haciendo, pero se impone una pausa para continuar con la lectoescritura que abandoné en el fragor de la campaña, para volver con los mismos bríos de hace cincuenta años a buscar a mis antiguos y fieles electores. Entonces, llegaron a la campaña de Petro acompañados de sus hijos y sus nietos.

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El Pacto Histórico debe ratificar sus mayorías en las elecciones territoriales de 2023. A ese reto inmenso no soy ajeno, pero tengo la responsabilidad moral de no dejar mi trabajo de fondo a mitad de camino. Así que por ahora, no molesto más con mis opiniones a mis lectores que no simpatizan con Petro, mientras que a los más devotos de sus seguidores les pido una tregua para avanzar.