Por cuarta vez en lo que va corrido de este siglo, Colombia debe decidir entre el que diga Uribe y el que diga el pueblo de manera libre y soberanamente. Hernández es el candidato de Uribe, de Duque y de los sectores más atrasados y conservaduristas del establecimiento. Es una vergüenza, pero es la realidad.

De Hernández se sabe que está imputado por corrupción, que es patán y grosero y que desprecia las normas legales, hasta el punto de decir que «se limpia el culo con la ley». También se sabe que amenaza a sus empleados si no obedecen sus arbitrariedades.

Tan procaz es su lenguaje y tan pobre su contenido programático que huyó de los debates. En este proceso electoral no hubo debate porque Hernández tuvo miedo y desertó. Pero las maquinarias políticas, la alta burocracia y los medios de comunicación construyeron una trama bien elaborada a su favor y en contra de Petro.

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Durante esta larga y sucia campaña, a Petro lo atacaron el presidente Duque, los ministros, la procuradora, el fiscal, el contralor, el comandante del Ejército, los columnistas de periódicos y revistas y los comunicadores de radio y de televisión.

Desde hace diez meses el Pacto Histórico fue infiltrada, pero quienes hicieron ese espionaje ilegal no encontraron sino las opiniones que se usan en toda campaña. Hasta las monjas del convento más recatado hablarán, rezarán y se someterán a largas jornadas de ayuno, como estrategia de campaña en la elección de cualquier papa. Así de inocente es la estrategia de campaña que del Pacto Histórico que hemos conocido, porque ni siquiera se escuchó un epíteto deshonroso o despectivo contra sus rivales.

Sin embargo, los medios de comunicación en vez de alarmarse por las acciones criminales del espionaje, una semana antes de las elecciones, pusieron todos los reflectores en un ataque feroz contra Petro, con el rimbombante nombre de los «Petrovideos». Se trata de las viejas estrategias de Laureano Gómez de mediados del siglo XX, para señalar y descalificar a los dirigentes liberales de la época.

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Los más conspicuos voceros del establecimiento saben que el 19 de junio se enfrenta un hombre de Estado contra un bufón de feria. Lo saben el gobierno y todo el aparato estatal, las maquinarias de todos los partidos políticos, los gremios económicos, la Iglesia y todas las iglesias, los banqueros, las cúpulas

de las fuerzas militares y los expresidentes. Pero a ciencia y paciencia, esas insignes personalidades prefieren dar un salto al vacío con un payaso, que transitar hacia el cambio dentro de la institucionalidad, de la mano de un hombre que durante cuarenta años se ha preparado para la conducción del Estado.

No obstante, en las entrevistas que han concedido los voceros de algunos gremios y los obispos, sin declararlo abiertamente, allá en un segundo plano de sus parrafadas, hay una voz que dice que se sienten más seguros con Petro que con Hernández. Esas voces entrecortadas y esos silencios tácticos, nos hacen soñar que el 19 de junio, aquellos egregios ciudadanos, se unirán a los jóvenes, a las mujeres, a los campesinos, a los negros, a los indígenas, a los homosexuales y a los ocho millones y medio de colombianos que votamos por Petro.

Si en la primera vuelta Petro obtuvo esa cifra y Hernández un poco menos de seis millones de votos, nos resistimos a creer que para la segunda vuelta las encuestas proyectan un empate técnico. Al contrario, nos anima la certeza de la victoria, pero ante la duda que siembran las encuestas, decimos alea jacta est: la suerte está echada.

Si la Registraduría actúa limpiamente y gana Hernández, el Pacto Histórico reconocerá su victoria. Pero ese día no se acabará el mundo, ni Petro incendiará el país, como vociferan sus más perversos detractores. El país se incendiará solito, si tres meses después de que se posesione Hernández o Petro, no se resuelven tres problemas: el hambre, la guerra contra el pueblo y la corrupción de los grandes criminales. ¡Que Colombia y todo el planeta lo sepan y que estén preparados para ello!