El jueves 11 de enero de este año visité mi pueblo, Carmen de Carupa, para escuchar las opiniones de sus habitantes, en relación con la educación, la salud, el trabajo y los servicios públicos.

Al oír sus voces me  di cuenta de que varios sentimientos y emociones se agitan en el alma de las gentes nobles y laboriosas de este municipio, ubicado al norte del departamento de Cundinamarca.

A simple vista uno percibe que hay mucha ira silenciosa en el corazón de los carupenses (coloquialmente “carupas”), pero también mucho amor. ¿Qué es lo que más les molesta?, le pregunté a un grupo de campesinos de la vereda de Charquira, donde nací. “La hijueputa robadera de los grandes”, respondió por todos Guillermo Garzón. “Pero también de los medianos y pequeños agregó”.

Aunque entendí el contenido de su frase, le hice una pregunta adicional. ¿Se refiere a la corrupción? “Ni más ni menos”, respondió. Y, añadió: “senadores, magistrados, ministros y presidentes, todos son unos ladrones. Pero también roban los gobernadores, los alcaldes, jueces y empleados menos importantes”.

Luego de esa manifestación de carácter general, que afecta a toda la sociedad colombiana, mis paisanos denunciaron ante mis acompañantes y ante mí, los daños ambientales y geológicos que representa para la economía del municipio la explotación de gravilla en canteras a cielo abierto que se adelanta desde hace varios años y que pone en peligro la existencia física del pueblo.

El conjunto de casitas, la iglesia parroquial, su plaza de mercado y sus calles fueron construidas en la meseta denominada La Mesa del Carmen. Las gravilleras que comenzaron la explotación en las veredas aledañas al perímetro urbano, se acercan hoy a pasos de gigante sobre el frágil poblado, convirtiéndose literalmente en una amenaza para esa aldea, cuya arquitectura es un ícono del altiplano cundiboyacense.

“Las gravilleras no solo excavan a cielo abierto, eliminando superficies muy ricas en capa vegetal, apropiadas por excelencia para la agricultura, sino que además taladran el suelo a enormes profundidades que, expuestas a las lluvias, provocan la desestabilización de los caminos veredales y potreros colindantes”, aseguró Luis Alberto García (Beto García) exalcalde del municipio.

Guillermo Garzón, que además de pequeño lechero, es propietario de un “moderno” almacén de víveres en un lugar estratégico de la carretera que de Carmen de Carupa conduce a Susa, dijo que los pesados camiones de las gravilleras transportan el material utilizando las frágiles vías comunitarias deteriorándolas y afectando la salud de su familia con el polvillo que levantan a su paso, e impidiendo el trabajo de la recolección de la leche.

De acuerdo con el testimonio de muchos habitantes del casco urbano y de las veredas, el proceso extractivo incluye el lavado del material, etapa en la cual  hace uso de importantes cantidades de agua, privando a la población del preciado líquido para su consumo y para abrevar sus ganados. En definitiva, el daño no solo es para el municipio de Carmen de Carupa sino para toda la provincia de Ubaté.