¡Qué embarrada la de Petro!, me reclamaron muy indignados varios familiares y amigos míos, como si yo fuera el culpable de la tormenta política que vivía el Pacto Histórico en plena Semana Santa. El reclamo me demostró que el daño estaba hecho, porque la gente dio por establecido que Petro pedía votos a las mafias a cambio de rebaja de penas. La realidad era otra: las mafias emboscaron a Petro, utilizando a su hermano Juan Fernando como carnada.
Con el entrampamiento a Petro las mafias buscan favorecer a un candidato que las deje tranquilas. Penetraron todos los sectores de la sociedad y todas las dependencias del Estado, a unas más que a otras, pero a todas: legislativas, ejecutivas, judiciales, de control, territoriales y a la fiscalía general de la nación.
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Partiendo del hecho cierto de que los fenómenos sociales y políticos no tienen ocurrencia fatalmente en una fecha determinada, la historia política de Colombia, en sus doscientos doce años, comprende cuatro períodos: 1810-1863, lucha de intereses de las élites criollas; 1863-1910, federalismo puro y centralismo autoritario; 1910-1958, matanzas del pueblo conservador y el liberal, y 1958-2022, la sociedad y el Estado mafiosos.
El cuarto período es el más ominoso y aciago. A cualquier persona de inteligencia media y políticamente imparcial, se le vendrán a la imaginación estas o similares preguntas: ¿qué sucede con la sociedad colombiana?, ¿por qué se desprecian tanto la vida y la dignidad humanas?, ¿por qué se han perdido tanto los principios y valores éticos?, ¿por qué en vez de castigar al pillo, al bandido, al corrupto, al simulador, este aparece como modelo a seguir?, ¿por qué nos sucede todo esto?
Porque las élites de los dos partidos tradicionales que durante el tercer período enfrentaron a los campesinos conservadores contra los campesinos liberales, inauguraron el cuarto período con la coalición del Frente Nacional e iniciaron una guerra abierta contra el pueblo, al que consideran su enemigo. Esa guerra está viva aún. A partir de 1965 un sector de esas élites dominantes se coaligó con las mafias del narcotráfico y pronto se expandió por todo el país.
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El problema que hoy tienen las mafias del narcotráfico y de la parapolítica es que la mayoría de sus voceros están en la cárcel y temen que Petro sea elegido presidente el 29 de mayo. El razonamiento de esos mafiosos, es: «Si este hombre como simple senador nos mandó a la cárcel, qué no hará contra nosotros cuando sea presidente». Hay que tener en cuenta que todos esos narcotraficantes y parapolíticos que están encarcelados fueron seguidores de Uribe, y ahora del candidato que simula «no tener dueño».
A leguas se ve la impronta de Uribe y de su candidato: aparece en La Picota un documento sin firma que contiene palabras que alguna vez ha dicho Petro, unos mafiosos invitan a Juan Fernando Petro al centro carcelario. En su condición de miembro de una fundación defensora de derechos humanos, como un cordero inocente que lo llevan al matadero, concurre a la cita, lo siguen, lo graban y ¡bingo! La pantomima, que hasta ahí, era perfecta, fue adicionada con la invitación de Marquitos Figueroa «a votar por el doctor Petro».
Estalló la bomba y todos los amigos de Uribe, en jauría salieron al camino a devorar a Petro. De todos, el que más gruñó, es el más cercano a esas mafias y a la Oficina de Envigado, que con el desparpajo y lenguaje de aquellas, dice: «vos, Petro te pusiste en evidencia, para darles a tus socios el “perdón social” por votos».
La estrategia de la emboscada no es nueva. Laureano Gómez le hizo muchas emboscadas al liberalismo en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Las mafias madres de las que hoy entrampan a Petro, le metieron un cheque de un millón de pesos a Rodrigo Lara Bonilla en 1982 y dos años después lo asesinaron. ¡Qué gran dolor!, el hijo del inolvidable ministro de Justicia, cuarenta años después de ese entrampamiento, escogió el peor de los caminos.
Sin duda, a Petro le dieron en la yugular, como él mismo le dijo a Daniel Coronell, pero del ataque salió fortalecido. Sus seguidores y aún muchos indecisos, debieron de sentir que en Petro hay un estadista, que no tiembla ni ante las mafias ni ante nadie. Tranquilo, sereno, sin gritos ni estridencias, en un video se refirió a la visita de su hermano Juan Fernando a la Picota, y, entre otras cosas dijo que «ni en pesadilla se nos ocurre rebajar la pena a los corruptos».
Más relajado y bromista aún, estuvo en entrevista a Daniel Coronell para Cambio, en pleno Viernes Santo. En un diálogo de una hora, en el que lució sosegado y dueño de sí mismo, reconoció que el episodio de la Picota, había sido un golpe a la yugular, por «dar papaya», al permitir que muchos le hicieran daño.