En 2009, al cumplirse veinte años del asesinato de Luis Carlos Galán, escribí para la revista Nueva Época de la Universidad Libre el siguiente ensayo:

El ser humano y el maestro

“¡Qué es esto, Rafael!”. Fue uno de los reclamos más “airados” que le escuché a Luis Carlos Galán. Efectivamente, uno de los perfiles a destacar en él, fue la pulcritud, la decencia, las buenas maneras y el uso castizo del lenguaje. Miles, quizá cientos de miles de hombres y mujeres, tuvieron cercanía personal con Galán. Todos los que tuvimos la fortuna de compartir momentos de su vida, sabemos que ese poderoso y carismático dirigente político, que sobre una tarima y posesionado de un micrófono, hacía gritar, aplaudir y llorar a sus seguidores, y que se atrevió a desafiar, tanto a las maquinarias políticas de los partidos históricos, como a la sanguinaria mafia narco-paramilitar, tenía conductas cálidas y afectuosas, notas de humor y momentos de tristeza, tan elementales,  sencillas y humanas como el más humilde de todos los ciudadanos del mundo.

Todos conocemos esas rabietas, esos estados de locura, esas palabrotas, esos gritos de histeria que usan los políticos, por asuntos baladíes. Galán era un hombre distinto. Sin pretensiones mesiánicas: su dimensión humana no tenía nada de parecido al comportamiento, a la conducta,  a las actitudes con que suelen obrar los líderes políticos u hombres de acción en cualquier campo del poder, a quienes uno encuentra a diario, directamente o a través de los medios de comunicación. Cuando se lee biografías de político se tropieza con personalidades con lugares comunes: madrugadores, trabajadores en exceso, excelentes chalanes, parranderos, avasalladores por la fuerza de su liderazgo, unos pocos preocupados por el interés público, pero la inmensa mayoría con la ambición de acumular riqueza y poder. Galán sólo tenía preocupación por el interés general, con una gran sensibilidad por el sufrimiento y la exclusión de los pobres y las gentes humildes. Tolerante y comprensivo cuando las cosas no le resultaban como las había planeado o las esperaba. Nunca, ni en sus relaciones familiares, ni en sus funciones públicas, ni en las actividades políticas con los allegados del movimiento que lideraba se le escuchó una palabra soez o una frase vulgar. Lo cual no significa que no se haya contrariado jamás. En ocasiones se mostró molesto, pero siempre guardó el equilibrio, la serenidad y las buenas maneras.

En el marco de la campaña presidencial de 1986, un sábado en la mañana, me hizo el reclamo con que comienza esta nota.  Su molestia era razonable: una líder de una región de Cundinamarca, cuya coordinación se hallaba bajo mi responsabilidad lo había invitado a una supuesta manifestación de miles de seguidores. Galán, respetuoso hasta de la más mínima instancia de poder, me llamó y me dijo que lo acompañara. Y cuando llegamos al lugar había siete personas. La organizadora del evento, le dijo: “No se preocupe doctor Galán, ahora mismo organizamos un almuerzo”. Esta actitud, por supuesto, empeoraba las cosas y habría podido volar la paciencia al grande y poderoso caudillo. Sin embargo, con el rigor del jefe pero con la paciencia del maestro me amonestó por la manera como había descuidado mi trabajo de coordinación política. También dio un testimonio de su carácter de maestro en sus intervenciones, tanto en plaza pública como en recinto cerrado, pues antes de comenzar el discurso de fondo siempre puntualizaba los temas que iba a tratar.

Nunca lo vi fumar ni tomar licor, pero en cambio fui testigo de su excelente apetito para la comida. Disfrutaba con el mismo placer una mazamorra chiquita del altiplano cundiboyacense que una ternera a la llanera,  un sancocho costeño o una fritanga soachuna. El record de su buen comer y de la manera como aceptaba las atenciones de sus seguidores, lo comprobé en una maratónica jornada entre Villavicencio y Paratebueno: entre las siete y las once de la mañana acompañé a Galán a desayunar tres veces.

Sin embargo, la oportunidad más propicia para conocer todas las facetas humanas de Galán la encontré en el trayecto de Bogotá-Cota-Bogotá[1], y en el trabajo político-administrativo realizado en ese municipio cundinamarqués. Durante cuatro años (1984-1988), semana tras semana, los sábados en la mañana viajábamos a esa localidad, Galán como presidente del Concejo municipal y yo como una unidad más de la misma corporación. Galán siempre consideró que Cota era “un laboratorio de ciencia política aplicada, que representaba en el orden local lo que sería la dirección del Estado-Nación”. En esa pasantía experimental, el entonces senador y Director Nacional del Nuevo Liberalismo nos sometía a todos los concejales y a los dos auxiliares de la corporación a extenuantes jornadas de trabajo, estudiando el plan de desarrollo y el presupuesto municipal. La actividad burocrática se complementaba con visitas a las veredas, y luego se acompañaba con una picada criolla para todos, en medio de conversaciones triviales y de bromas del diario vivir.

El estadista y el político como lo concibió Platón

El poder constituye una de las grandes motivaciones del ser humano[2]. El hombre motivado por el poder tiene como mira imponer a los demás, de modo permanente, los propios deseos y opiniones. Le resulta subyugante mandar y ser obedecido. No importa a quienes se mande: blancos, negros, amarillos, pobres, ricos, libres o esclavos. Lo importante es mandar, así haya veces en que se mande de mentiras o bajo las burlas y el desprecio del pueblo, como les ocurre a los gobernantes en decadencia, en general, y a los tiranos en particular. Y cuando este tipo de hombre se empeña en escalar el poder y se esfuerza por alcanzar sus propósitos de la forma más radical, puede llegar a la dictadura.

Sin embargo, no se puede meter dentro de un mismo saco a la persona que tiene como mira el bienestar de su colectividad y a otra cuyo propósito es el simple dominio por el dominio mismo o para sacar algún provecho individual. En el primer caso, se puede hablar del político pragmático y, en el segundo caso, del estadista. En el lenguaje político se suele abusar de las palabras, dándole a cualquier malhechor público o estafador de la sociedad el nombre de estadista. El concepto de estadista sólo debe reservase para el político que tiene como mira  el bienestar general. El atracador, el salteador de la cosa pública, el corrupto, no puede tener el título de estadista, así sea presidente, rey o tirano, sino el de simple político pragmático. Es decir, a los políticos y gobernantes, en general, se les debe clasificar en dos grupos: pragmáticos y estadistas.

Los pragmáticos abundan. El mundo ha sido manejado y está sometido hoy a la tiranía de los políticos pragmáticos. Pero también en la vida de los pueblos y en el quehacer de la política se encuentra el estadista, que está por encima del puro principio utilitarista y que busca algo más elevado y de mayor alcance. Los estadistas son los políticos que han sabido encauzar su pensamiento y su actuación hacia valores más elevados y que, con energía moral y con noble domino de sí mismos, resisten todas las tentaciones de un oportunismo bajo y primitivo y de un radicalismo puramente pasional. Los hombres estadistas se han realizado en la vida, de un modo altruista, hacia metas nobles y desinteresadas. Lo característico del hombre con estas motivaciones es que se ve impulsado por una concepción amplia del mundo, y no solamente vinculada al ámbito político. Se puede decir que el verdadero estadista no solamente está dispuesto a ser líder que manda sino a ser cuadro de la base que obedece.

El estadista es el tipo de político que describe Platón en su diálogo Político. Este tipo de político no es un ser ideal e inexistente, como lo han querido pintar los pragmáticos de todas las cataduras para descalificar al pensador griego. El estadista es una persona real, de carne y hueso, que paulatinamente, mediante la educación, la experiencia, la perseverancia y la tenacidad, al igual que lo hacen los tejedores de un lienzo, es capaz de elaborar y mantener el tejido de la sociedad y  del Estado[3]. Precisamente por ser hombres de carne y hueso, no han faltado los estadistas en la historia de los pueblos. Especialmente cuando los pueblos sojuzgados se ven abocados a luchar por su libertad, encuentran conductores o verdaderos estadistas, entregados al sacrificio por romper las cadenas. Para citar unos ejemplos de estadistas, habrá que decir que Grecia dio el más grande estadista que haya tenido la humanidad en todos los tiempos: Platón. Fue él, el verdadero estadista, porque entregó su vida al estudio del Estado con una finalidad de interés general.

Pero también fueron estadistas Solón, Pericles y Aristóteles, sin el vuelo, la profundidad y la amplitud de Platón.  En el pueblo romano encontramos a Espartaco, en la Comuna de París a Varlin, en la Independencia de los Estados Unidos de América a Jefferson y a Madison –aunque con propósitos imperialistas–, en Latinoamérica a Bolívar, San Martín, Martí, Sandino,  Castro, el Che  Guevara,  entre otros; en la India, a Gandhi, y  en Sudáfrica, a Mandela. A esta estirpe de hombre pertenecía Luis Carlos Galán. Era Galán un hombre carismático, acompañado siempre de los más caros principios morales y alejado por completo de la demagogia y el populismo.

 El programa

Galán nació en Bucaramanga el 29 de septiembre de 1943. Estudió en los colegios Americano y Antonio Nariño de Bogotá. En 1965 terminó Derecho y Economía en Universidad Javeriana de Bogotá y en 1970 obtuvo el título de abogado. Su actividad periodística la inició muy joven: fundó la Revista Vértice, cuando aún era estudiante. Fue columnista de los diarios El Colombiano, El País, Vanguardia Liberal y El Tiempo, del cual también fue subdirector. De la Revista Nueva Frontera, fue codirector.

Sin ninguna equivocación puede decirse que Galán fue hechura del Frente Nacional. Precisamente desde su Revista Vértice apoyó la candidatura de uno de los más conspicuos fretenacionalistas, Carlos Lleras Restrepo. Y del último presidente de ese régimen político, Misael Pastrana Borrero, fue ministro de Educación y embajador en Italia. Sin embargo, el fracaso de las estructuras políticas, la corrupción y la miseria de la población lo llevó a separarse  del Oficialismo Liberal y a fundar el Nuevo Liberalismo para una Colombia nueva, en 1979, que definió así: “Es una asociación de colombianos que inspirados en los ideales de la democracia y la libertad queremos introducir una nueva manera de hacer política para acabar con los privilegios, modernizar nuestra nación dentro del marco de la solidaridad latinoamericana y rescatar la misión del liberalismo como partido del pueblo”[4].

Las convocatorias y los documentos, fueron los instrumentos mediante los cuales Galán dio a conocer su pensamiento. Se hizo legendario entre la militancia del Nuevo Liberalismo –y lo es hoy para el pensamiento liberal– el Documento No. 1, cuyo texto comienza con estas palabras: “Nos dirigimos a toda la Nación, a todo compatriota que crea en las ideas que vamos a proponer. Especialmente convocamos a los liberales que no reconocen ni sus criterios ni su espíritu en la vida del partido durante los últimos años; a los ciudadanos no comprometidos hasta el presente con alguna organización política; a las gentes de otros partidos que no se sienten interpretadas por las diversas líneas de sus colectividades; a las mujeres que desean una nueva organización social; a los jóvenes que reclaman alternativas democráticas frente a las fórmulas continuistas  que la política tradicional quiere imponer en la Nación”[5].

Aunque Galán ha sido calificado por la mayoría de los analistas, como un líder con ideas políticas de centro, se podría decir que partiendo del extremo centro, Galán se inclinaba más a la izquierda y criticaba al liberalismo por dejarse colonizar por la derecha. Así se desprende de la orientación que trazó en el Documento No. 1. “El liberalismo no ha sabido utilizar las mayorías y ha tolerado la influencia exagerada de la derecha y de los grupos privilegiados más poderosos en el manejo de los intereses colectivos”[6].

Entre 1979 y 1989, Galán recorrió la geografía nacional y se convirtió en una imagen, en una voz y en un programa de gobierno que proyectó una nueva y esperanzadora época para todos los colombianos. Las líneas programáticas de Galán, se recogen en sus intervenciones en distintos escenarios, siendo los principales el Congreso de la República y las denominadas “Convocatorias” –diez en total–. Pero la materia prima de ese bagaje se provenía del trabajo intelectual, del diálogo sincero y productivo con sus seguidores y simpatizantes. Ese fue el procedimiento que Galán adoptó para elaborar su plataforma ideológica y programática.

Especial mención se debe hacer al debate realizado durante el primer semestre de 1985. Fue el más valioso y enriquecedor ejercicio intelectual que partido o movimiento político alguno haya realizado en Colombia. Fueron seis meses en que el Nuevo Liberalismo se dedicó a estudiar los más diversos temas de la vida nacional e internacional en diez foros regionales. Barranquilla, Bogotá, Bucaramanga, Villavicencio, Neiva, Cali, Medellín, Caracas y nuevamente Bogotá. Concluidos estos encuentros regionales y temáticos se realizó el gran Foro Nacional de Paipa. Allí 320 delegados de todo el país, se distribuyeron en once comisiones de trabajo, en las cuales analizaron setenta y cinco grandes temas nacionales. Por lo menos unas 25.000 personas intervinieron en este proceso, si se tiene en cuenta que después de cada foro regional y antes del de Paipa, en las distintas zonas de las grandes ciudades y en las ciudades intermedias de los departamentos se conformaron grupos de trabajo que hicieron nuevos aportes.

Después de Paipa, el Nuevo Liberalismo realizó el foro de organización interna (junio 28 y 29 de 1985) y finalmente el Primer Congreso Nacional (agosto 2-4/85). Todo el trabajo adelantado en Paipa fue compilado por Jorge Valencia Jaramillo en un documento de 325 páginas, dividido en tres capítulos: aspectos políticos, aspectos sociales y aspectos económicos. Cuarenta grandes temas en total. Cada uno de éstos, comprendía a su vez, un amplio diagnóstico y una propuesta. El Primer Congreso hizo énfasis en las propuestas del documento, resultando aprobadas la inmensa mayoría. Pero según Galán, allí no estaba la verdad revelada. “No todo concluyó en Paipa –dijo– ni en el Congreso Nacional. Es el diálogo permanente  entre nosotros  mismos para identificar objetivos y circunstancias”[7].

En síntesis los temas que resultaron decantados de todo ese proceso son: democracia representativa, sistema electoral, descentralización y participación, vida política municipal y elección popular de alcaldes, organización regional, régimen departamental, doble vuelta para la elección presidencial, administración de justicia, administración pública, política internacional, la familia, el desempleo, la  juventud, el narcotráfico, la tercera edad, los indígenas, la mujer trabajadora, la educación, la cultura, la salud, política laboral, el cooperativismo, la paz, estructura tributaria, modernización tecnológica, política social agraria, política cafetera, la crisis azucarera, la industria manufacturera, la política minera, el comercio, recursos energéticos, obras públicas y transporte, telecomunicaciones, televisión, radio y cine, el turismo, política urbana de vivienda, los servicios públicos y la ecología.

El atentado

Quince días antes del atentado de Soacha había salido ileso de Medellín. Lo salvó, como el propio Galán dijo, “la demora de un almuerzo”[8]. Fueron diez minutos de retraso. Pero fue el tiempo suficiente para que el nerviosismo desesperado de los criminales los delatara, y la policía impidiera la salida de Galán del lugar donde se hallaba almorzando. La mafia narco-político-paramilitar, que se viene apoderando de Colombia desde la década de los años sesenta del siglo XX y que ya casi acaba con ella, lo quería asesinar por las denuncias que de manera implacable que Galán formulaba ante la opinión pública. La fatalidad de la noche y la astucia de los asesinos a sueldo encontraron quince segundos siniestros para segarle la vida. Yo me encontraba a cinco metros de distancia de la tarima donde cayó Galán. Era el espacio necesario para que la camioneta blanca de platón en la que iba Galán pudiera estacionar frente a la tribuna, pues ese vehículo era el segundo de la caravana. En el primero íbamos la mamá y un primo de Pedro Julio Sánchez, organizador de la que iría a ser la última manifestación de Galán. En el instante en que yo me bajaba del carro, Galán subía a la tarima y con los brazos en alto saludaba el público. En ese momento sonaron las ráfagas de ametralladora que se confundía con los cohetes de alborozo de la manifestación.

La adversidad se confabuló aquella noche para llevarse a la mejor promesa de Colombia en el tramo final del siglo pasado. Aunque Galán portaba un moderno chaleco antibalas, los asesinos se ubicaron estratégicamente casi debajo de la plataforma, de tal suerte que las balas le penetraron por la parte baja del abdomen y le destrozaron la vena aorta. A las 8:40 de la noche, hora del atentado, todo fue desconcierto y confusión. La campaña no disponía de una ambulancia, así que sus angustiados amigos tuvieron que poner el cuerpo moribundo en un carro, y aunque estaban a dos cuadras del hospital de Soacha, salieron para el de Bosa. Pero este centro asistencial carecía del equipo completo y tuvieron que poner a Galán en una ambulancia seguir para Kennedy. En ese trayecto, además de la congestión vehicular, un percance más: una llanta de la ambulancia cayó en una alcantarilla destapada. Eran ya las 9:30 de la noche cuando la ambulancia llegó al hospital de Kennedy. Galán llegó desangrado, sin tensión arterial ni pulso. Dos médicos y dos enfermeras hicieron hasta lo imposible por revivirlo: le abrieron el tórax para masajear el corazón, le aplicaron tres litros de sangre (0 RH negativo, la más difícil de encontrar) y tres de suero. Pero todo fue inútil: veinte minutos más tarde, casi a las diez de la noche, la muerte de Galán estaba confirmada.

Aquella noche quedaron sepultadas las ilusiones de todos los colombianos, a excepción de la minoría mafiosa que se apoderó de este país. Por eso, cuando cayó vilmente asesinado, el ex presidente Misael Pastrana Borrero, dijo: “Mataron la esperanza de Colombia”. Y el escritor Enrique Caballero Escobar, sentenció: “La mafia ha conseguido nada menos que desviar el curso de la historia patria. Colombia siente que el latigazo de la tragedia le ha cruzado el rostro”. Cayó Galán en la plaza de Soacha, en medio de la multitud que lo aclamaba en la apertura de la campaña que lo llevaría a ocupar la presidencia de la República el 7 de agosto de 1990, pues tenía virtualmente ganada la consulta popular, mecanismo que el líder sacrificado había conquistado en la unificación de su partido. De ahí que el pueblo que acompañó el féretro de la plaza de Bolívar al Cementerio Central, repitió constantemente: “No ha muerto un candidato, ha muerto un presidente”.

Su legado esperanzador

Todos los temas estudiados y debatidos en los diez foros regionales, celebrados durante el primer semestre de 1985 y en el Primer Congreso Nacional del Nuevo Liberalismo (agosto 2-4 del mismo año) quedaron incluidos de alguna manera en la Constitución Política de 1991. De ahí que, en un emocionado mensaje, el delegatario Antonio Galán Sarmiento, hermano de, Luis Carlos, en el denominado Libro de la Constitución, escribió: “Luis Carlos presente en esta Constitución. Sus ideas, su lucha, quedaron recogidas en todos los artículos. Sólo una sombra: la extradición. Colombia será un país nuevo. La Democracia nos vincula al gran proyecto por una patria mejor”[9].

Conmovido por las amenazas de la mafia, Galán había dicho: “Matarán a los hombres, pero a las ideas no”. Las ideas de Galán siguen vivas, es verdad. Como siguen vivas las ideas de Platón, de Espartaco, del Che Guevara. Todas siguen vivas, como un grito de dolor y de esperanza. Sin embargo, la mafia narco-político-paramilitar ha “coronado”, como dirían sus voceros cuando logran ubicar un cargamento de droga en las manos de sus compradores. Es impresionante la manera como una exigua minoría ha sido capaz de influir en la mentalidad de los colombianos, y hasta cambiar la cultura de una sociedad. Ahora, cuando la experiencia la tenemos viva en Colombia, se puede entender cómo la sociedad de Goethe, de Beethoven y Wagner, de Kant, Schilling y Marx haya sido la misma que ayudó a Hitler a cometer sus crímenes, en el marco de la Segunda Guerra Mundial[10].

Tres días antes de su muerte, Galán dijo: “Colombia tiene problemas muy profundos, la situación es extremadamente delicada […]. El país se nos está saliendo de las manos”[11]. Al respecto de esas palabras, sin ninguna hipérbole, el país ya se nos salió de las manos y es urgente reencauzarlo. Hace veinte años las mafias narco-político-paramilitares asesinaban jueces y magistrados, pero sus familiares no tenían que recurrir a los tribunales internacionales, porque todos los miembros de la rama judicial tenían la solidaridad y el apoyo del Ejecutivo. Hoy, es el Ejecutivo el que hostiga, persigue y amenaza a los jueces y magistrados. Ahora, es la Corte Suprema de Justicia en pleno, la que declara que pedirá protección de sus derechos a los tribunales internacionales. Son tan brutales las amenazas y los hostigamientos del Ejecutivo, que todas las Cortes, se solidarizan con la Suprema y le piden al presidente de la República: “Un pronunciamiento directo sobre el grave asunto, de las interceptaciones ilegales del Das, con la indicación de las medidas tomadas  como garantías  de no repetición de los irrespetos, ataques y vejámenes contra la rama judicial del poder público y particularmente contra la Corte Suprema de Justicia”[12].

¿Qué ironía! Veinte años después de la muerte de Galán, Soacha sigue en el centro de la noticia, por la misma razón de entonces: la efusión de sangre. La mafia narco-político-paramilitar que se apoderó de Colombia, que asesinó a los más valiosos líderes políticos, que siguió con la eliminación de sindicalistas, periodistas, investigadores y maestros, ahora desaparece y asesina humildes jóvenes de la sociedad. Sin embargo, hay una luz esperanzadora: otro Galán, se ha encargado de que los crímenes de Estado perpetrados contra humildes familias, no se queden el olvido. Efectivamente, Juan Manuel, el hijo mayor de Galán, ha propiciado un debate en el municipio más populoso de Cundinamarca.

En esa localidad, la madre de una de las víctimas de los crímenes de Estado o falsos positivos, dijo: “El único que me dio la mano fue el sepulturero, cuando estábamos desenterrando a mi hijo, para su identificación”. Sus palabras son el símbolo de la soledad  y la miseria en que el régimen ha dejado a los más humildes. En Colombia se han roto los cauces de la civilidad y de la civilización de Occidente.  Todos los colombianos a quienes nos duela el país y sintamos repudio por la barbarie, tenemos una tarea por cumplir: reconstruir y relegitimar la sociedad y el Estado. Con las ideas, los programas, los recuerdos y los afectos de Galán, lo lograremos.

*Exdirector del Centro de Investigaciones Socio-Jurídicas de la Universidad Libre.

Ex Director de Centro de Estudios del Nuevo Liberalismo de Cundinamarca.

Candidato al Senado de la República 2018-2022, #8 en el Tarjetón en la lista de DECENTES.

 

 

[1] Al principio, yo era el conductor  y Galán el pasajero, y, excepcionalmente él iba al timón en su propio carro. Pero cuando la inseguridad se hizo intolerante, el carro de Galán era blindado y el Estado le asignó  escolta.

[2] BALLÉN, Rafael.  Ilegitimidad del Estado. Reforma radical o revolución de la diversidad, 2ª.  ed. Bogotá, Temis., 2007. Las otras cinco grandes motivaciones son: la riqueza, el amor, la ciencia, la recreación y la religión.

[3]PLATÓN. Político o de la realeza. Ob. cit.,  308d.

[4] GALÁN S., Luis Carlos.  Discruso pronunciado en la VI Convocatoria del Nuevo Liberalismo, en el Salón rojo del Hotel Tequendama, noviembre 28 de 1984.  Galán solía convocar periódicamente a la militancia del Nuevo Liberalismo, para trazar las grandes líneas ideológicas y programáticas.

[5] “Documento No. 1”, en  Nuevo Liberalismo para una Colombia nueva. Bogotá, junio 2 de 1981. En esta fecha, Galán leyó en el recinto del Senado de la República ante más de 500 activistas del Nuevo Liberalismo de Santander, Cundinamarca y Huila.

[6] Documento No. 1. Nuevo Liberalismo para una Colombia nueva. Bogotá, agosto de 1981, pp. 2 y 3.

[7] Discurso pronunciado en el Hotel Tequendama, el 18 de julio de 1985.

[8] “No hay motivo para el buen humor”, en: Cromos, núm. 3736, Bogotá, del 28 de agosto al 3 de septiembre de 1989.

[9] BALLÉN, Rafael. Constituyente y Constitución del 91. Medellín, Editora Jurídica de Colombia, 1991, p. 67.

[10] BALLÉN, Rafael. Ilegitimidad del Estado. Ob. cit., p.290.

[11] Comos. Ob. cit.

[12] “Preguntas sin respuestas”, en: El Espectador (editorial). Bogotá, domingo 10 de mayo de 2009.